Hace tres años, Alexander tomó las riendas del negocio familiar que sus abuelos fundaron y que sus padres mantuvieron durante más de 40 años. Transformó aquel bar en un lugar donde encargar comida para llevar y reencontrarse con amigos.
Hace cuatro meses la Dana lo dejó completamente destrozado: persianas rasgadas, vitrinas volcadas, dos palmos de barro y puertas rotas.
Hoy, su restaurante sigue cerrado en Albal.
Por eso lo hemos abierto aquí.
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